viernes, 17 de agosto de 2012

LA ESPOSA SACERDOTISA



Alguien dijo: “Un hombre construye mil ejércitos, una mujer construye un hogar”.

No puedo pasar por alto el dedicar un espacio a la esposa sacerdotisa porque sentiría que lo poco que deseo aportar está vacío de la fuerza que lo inspira. Lo que el hombre pueda lograr en su existencia, se lo debe a su esposa. Solamente con la esposa se adquiere sensibilidad hacia la compre nsión de las cosas que no las da el intelecto, solamente con la esposa se adquiere la predisposición hacia las cosas del espíritu.

Con la esposa sacerdotisa se experimenta lo que es el más alto grado de la belleza expresado en la sublimidad del amor. Todos arribamos a momentos en que nuestra poca fuerza nos sumerge en largos estancamientos como víctimas de la inercia, apatía y desconsuelo, es entonces cuando mi esposa es el estímulo de confianza que me da la vida, la que me levanta y me recuerda el compromiso que tengo conmigo mismo, similarmente he reconocido a la gran compañera que al Maestro Samael le dio la vida, es decir, su propia esposa sacerdotisa.

Ella lo levantó del lodo de la tierra como bodhisattva caído que era. Se ha dicho constantemente que detrás de todo gran hombre se encuentra la presencia de una gran mujer y el caso del Maestro no fue una excepción. Hay muchos detalles, virtudes, cualidades, que ella, por su naturaleza librana posee con espontaneidad, su sencillez, su lealtad, su claridad en el trato, su adaptabilidad a cualquier circunstancia en la pobreza o en la abundancia, su gran paciencia para lidiar con un diablazo como era el Maestro cuando estuvo caído.

Los laureles del triunfo, del logro, no son sólo de él, son de ella también, sus mismos hijos, saben su rigor y de su claridad para llamarle a las cosas por su nombre, es decir su valiosa franqueza. Así como todo director de orquesta necesita de una batuta o como el capitán de un barco necesita de la brújula, así el Maestro necesitó de su esposa para reanudar el camino de regreso al Padre.

Es evidente que ella es una de las cinco vírgenes prudentes de la parábola evangélica, su ejemplo puede ayudar, vitalizar, estimular y ensanchar el horizonte de amor, de toda aquella esposa que esté colaborando con su esposo, bien sea éste misionero o no. La mujer recta encontrará en ella a una verdadera amiga, toda mujer incorrecta sentirá en ella el rigor de un juez del karma.

En sus charlas el Venerable Maestro nos afirmaba que la mujer fecunda la psiquis del hombre, todo hombre fecundado psíquicamente por su esposa sacerdotisa, puede brindar en cada una de sus realizaciones progresivas con la copa pletórica del amor. La mujer con sus sutilezas, sus bellos detalles, con la profundidad de su amor nos confiere la capacidad de ahondar en los simples o complicados problemas de la vida cotidiana dándonos la elasticidad y la visión que tanto necesita el aspirante a la iniciación.

Nuestra compañera es el espejo más cercano que Dios nos proporciona para que podamos vernos tal cual somos en la vida cotidiana. Es el espejo del que nos habla el apóstol Santiago en su Epístola Universal, capítulo 1 versículo 23, que dice: “El que solamente oye el mensaje y no lo practica es como el hombre que se mira la cara en un espejo, se ve a sí mismo pero en cuanto da la vuelta se olvida de como es...

No hay comentarios:

Publicar un comentario