En el “Códice Vindobonensis” el nacimiento de la mujer aparece primero que el del varón. La tradición oral mixteca apunta que nacieron en forma de capullo entre las hojas de la “Ceiba Blanca” (el Árbol de la vida).
En cierto sentido, podría decirse que la religión como experiencia personal no establece distinción entre hombres y mujeres. Ambos sexos tienen las mismas oportunidades en la vida sagrada, en el mundo sagrado y en su desarrollo armonioso interior de todas sus facultades espirituales.
En el México antiguo, la mujer se formó a imagen y semejanza de la divinidad. Este aspecto sagrado tuvo mucho que ver con el comportamiento de la mujer en cuanto que el ideal femenino y los principios que le atañen estaban plasmados en la concepción de sus deidades.
Las mujeres tenían sus propias diosas o patronas que presidían su vida femenina. Las diosas veneradas modelaban la actitud mental de la mujer y determinaban el modo en que cada una debía comportarse en todos los actos de su vida.
De hecho, todos sus órganos, experiencias fisiológicas y sus gestos, tenían amplia significación religiosa; ya que todos los comportamientos humanos fueron instaurados por los dioses en el principio de los tiempos. Ellos fundaron los diversos trabajos, maneras de alimentarse, de realizar la cópula sagrada, de expresarse, entre muchas otras actividades. En este sentido, “no se llega a ser verdaderamente mujer u hombre, salvo imitando a los dioses”, viviendo de acuerdo con modelos extrahumanos o teo-tipos.
El hombre indo americano modeló, incluso toda su vida social, a imagen de la concepción del mundo religioso, con iguales principios esenciales tanto para el mundo físico como para los mundos superiores de Conciencia Cósmica.
En cambio, en el cristianismo que impuso la “Iglesia de Roma”, vigente en occidente desde el siglo I, defensora del “Monoteísmo Divino Masculino”, a pesar de sus ideas de igualdad que preconizaba como la desaparición de los esclavos, por ejemplo, el ejercicio cristiano se contradijo con la teoría y no puso en práctica ese mismo principio para con las mujeres. En las regiones donde logró implantarse, estuvo imperando un “fuerte fundamentalismo patriarcal”, por el que la mujer sufría una total subordinación al varón, similar al actual Islámico. Pérdida de la libertad de la mujer sí que la llegada del cristianismo romano produjo un retroceso en el grado de libertad que la mujer había recuperado y supuso volver a perder los avances de status que había empezado a adquirir en la época PRE cristiana y principios del cristianismo romano. Con ello se abortó el desarrollo de los derechos femeninos, que de nuevo fue sometida.
Durante el primer milenio de la era cristiana, el cristianismo romano apenas se interesó por lo femenino, en su pretensión de que el pueblo olvidase el culto a la ancestral Gran Diosa (la Madre Divina Particular de cada ser humano).
Durante la Edad Media, los cruzados cristianos intentaron arrebatar los lugares sagrados a los “infieles” del Islam. No lograron su propósito, pero durante las Cruzadas se pusieron en contacto con civilizaciones ancestrales, que conservaban conocimientos muy avanzados en diferentes campos, y al introducirlos en Europa contribuyeron al desarrollo de la investigación científica y técnica, así como a un impresionante desarrollo del pensamiento en general.
Entre los que se contactaron con civilizaciones ancestrales, estaban los “Caballeros Templarios”, que en su viaje a Tierra Santa, a "Palestina, lugar donde nació la religión judía, fundada en la cananea y antecesora de la cristiana", descubrieron en diferentes fuentes y encontraron "en sitios alejados de la ortodoxia cristiana, que las bases sociales, económicas, políticas se fundamentaba en el “matriarcado”, y como resultado de sus hallazgos introdujeron en Europa, bajo el imperio de la cultura patriarcal judeocristiana, el culto al Eterno Femenino.
Y así, en el segundo milenio, los Caballeros Templarios levantaron numerosas iglesias y capillas a MARÍA MAGDALENA, mujer que en los Evangelios "ortodoxos" refleja ser, según la enseñanza de los “curas” católicos, "... una mujer de dudosa reputación a quien Jesús sanó y convirtió." Además levantaron otros lugares de culto a la VIRGEN MARÍA, Virgen que sustituía a la Gran Diosa prehistórica.
Y rindieron culto a dos modelos: María Magdalena como ARQUETIPO SEXUAL, de la sacerdotisa del varón que aspira a la Auto-realización íntima del Ser (que el clero ignorante la consideró como símbolo de lujuria y de pecado) y a la Virgen María como ARQUETIPO ESPIRITUAL, símbolo de la Madre Divina Particular; que guía al Adepto en todo el proceso íntimo de su Auto-realización.
En el “Parsifal” de Richard Wagner, la Eva monumental de la Mitología Hebraica, la mujer, el Eterno Femenino, es presentado como eterno juguete de bienes y males en la tierra, según el uso que los varones hagan de ella. La Magdalena Wagneriana convertida vilmente en juguete del “maligno”, anhela también secundar los divinos ideales de la Transmutación de la Libido... Pero siempre cae vencida.
¡Mujer! –exclama Anfortas: (un personaje del “Parsifal”) ¿Eres demonio acaso que vomitó el infierno para abrirme esta herida? (Pues, una mujer le había quitado su potencia sexual, lo había seducido y cayó, derramando el “Ens Seminis”) ¿Eres tal vez un ángel que descendiera de Urania para velar por mi existencia infortunada? (Concluye Anfortas).
¡Bendita sea la mujer! ¡Benditos los seres que se adoran! Hermes Trismegisto dijo: “Te doy amor en el cual está contenido todo el Sumun de la sabiduría”.
¿Amar? ¡Cuán bello es amar! Solamente las grandes almas saben y pueden amar. El amor es la mejor religión asequible. En nombre de la Verdad tenemos que decir lo siguiente: No son hormonas o vitaminas de patente lo que la humanidad necesita para vivir, sino pleno conocimiento de Tú y Yo, y por ende, el intercambio inteligente de las más selectas facultades afectivas entre el varón y la mujer.
La Transmutación de la Libido en Energía Creadora, se fundamenta en las propiedades polares del varón y la mujer que fuera de toda duda tiene su elemento potencial en el PHALO y en el ÚTERO...
En el final de su obra maestra, Fausto, Goethe nos dice también que todo lo transitorio no son más que símbolos; lo que importa es lo inenarrable, lo inconmensurable, lo incomprensible; ¡sólo por el eterno femenino el hombre podrá ser salvo!
ResponderEliminar¡Gracias por éste conocimiento que nos aportas; ojalá se pudiera difundir más!