Si golpeamos en una puerta, por ejemplo, y nos reciben a piedras porque vamos a dar la enseñanza gnóstica, y si nos alejamos de allí, dijéramos, con el deseo de revancha, o terriblemente confundidos, entonces no serviríamos para Misioneros Gnósticos.
Si llegamos a un pueblo a predicar la palabra y el señor cura nos corre, y entonces nos llenamos de terror, ¿serviríamos, acaso, para Misioneros Gnósticos?”
“El terror nos incapacita para amar. ¿A qué le tenemos miedo nosotros? ¿A la muerte? Si para morir nacimos, ¿entonces qué? Que muera uno, unos días antes o unos días después, ¿qué? Siempre tiene uno que morir. Entonces, ¿a qué le tenemos miedo? Además, la muerte es tan natural como el nacimiento. Si le tenemos miedo a la muerte, también debemos tener temor al nacimiento, pues son los dos extremos de un mismo fenómeno que se llama “vida”.
“¿Tenerle miedo a la muerte? ¿Por qué, si todo lo que nace, tiene que morir? Las plantas
nacen y mueren, los mundos nacen y mueren. Esta misma Tierra nació y un día será un cadáver, quedará convertida en una nueva Luna”.
“Así pues, temer a la muerte, ¿por qué? La muerte es la corona de todos, y por cierto que es hasta muy bella. Uno no debe mirar a la muerte jamás con horror; hay que mirarla como es. Sufrir por ver un cadáver en un féretro, en la mitad de una sala, no es haber comprendido el Misterio de la Muerte.
El Misterio de la Muerte es muy sagrado. Jamás se podría comprender el origen de la vida, el Misterio de la Vida, si antes no se ha comprendido a fondo, el Misterio de la Muerte. Cuando uno entiende de verdad lo que son los Misterios de la Muerte, comprende los Misterios de la Vida. La muerte nos depara, pues, deliciosos momentos. Con la muerte viene la paz”.
“Bien vale la pena, pues, no tener miedo al morir. Y si alguien muriera en el cumplimiento de su deber, trabajando por la humanidad, ese alguien sería premiado con creces en los mundos superiores. Dar uno la vida por sus semejantes, es algo sublime. Eso fue lo que hizo el Divino Rabí de Galilea, es lo que han hecho todos los santos, los mártires: San Esteban, apedreado por enseñar la palabra; Pedro, crucificado con la cabeza hacia abajo y las piernas hacia arriba, para indicar el trabajo en la Forja de los Cíclopes. Eso son ellos: verdaderos mártires. Esos son los que descollan más tarde, entre el Mahamvantara, como Dioses”.
“Uno tiene que acabar con el “Yo” del temor. En el umbral del Templo debemos dejar el temor. Desgraciadamente, hay distintas clases de temor. El que tiene miedo jamás podría afrontar la prueba del Guardián de la Inmensa Región. ¿Cómo podría afrontarla si teme? El que tiene miedo, al verse fuera del cuerpo físico, resulta chillando... “Que parece que ya se olvidó, que dejó a su mamá y a su papi, que a sus hermanitos, que al abuelo. Que, en fin, ¿ahora qué hago?”... Pueden estar ustedes seguros que nosotros somos solos..., y que la única familia que tenemos se llama “humanidad”. Uno, después de muerto, tiene que llegar a la conclusión de que está solo. La buena reputación de papá y de mamá, el cariño de sus hermanos, sus amigos, todo eso queda atrás. Se encuentra con que uno no es más que otra criatura de la Naturaleza, y eso es todo, sin nombres ni apellidos, terriblemente solos...
¿Papá, mamá y los hermanitos? Son tan sólo la fascinación de un día; nada de eso tenemos, somos espantosamente solos”.
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