“El difunto tiene que revivir en el mundo astral toda la existencia que acaba de pasar. Pero la revive de una forma muy natural y a través del tiempo. El difunto, identificado con la misma, en verdad saborea cada una de las edades de la vida que terminó.
Si era de ochenta años, por ejemplo, por algún
tiempo seguirá acariciando sus nietos, sentándose a la mesa, acostándose en su consabida cama, etc. Pero a medida en que va pasando el tiempo, él va adaptándose a otras circunstancias de su propia existencia. Pronto se verá viviendo a la edad de los 79 años, de los 77, 60, etc. Y si vivió en otra casa a la edad de 60 años, se verá viviendo en aquella otra casa, y dirá lo mismo que dijo, y hasta asumirá el mismo aspecto psicológico que tenía a los 60 años. Y si a los 50 años vivió en otra ciudad, pues allí se verá, reviviendo en esa otra casa y así sucesivamente al tiempo que su aspecto psicológico; su fisonomía, va transformándose de acuerdo con la edad que tenga que revivir.
A la edad de 20 años, tendrá exactamente la misma fisonomía que tuvo cuando era de 20 años, y a la edad de 10 años se verá hecho un niño…
En estas condiciones el difunto tendrá prácticamente que presentarse ante los tribunales de la Justicia Objetiva, o de la Justicia Celestial. Tales tribunales son perfectamente distintos a los de la justicia subjetiva o terrenal.
En los tribunales de la Justicia Objetiva solo reina de verdad la Ley y la Misericordia, porque es obvio que al lado de la Justicia siempre está la Misericordia.
Tres caminos se abren ante el difunto:
• Unas vacaciones en los mundos
superiores para gentes que lo
merecen.
• Retornar en forma mediata o
inmediata a una nueva matriz.
• Descender a los mundos
infiernos hasta la Muerte
Segunda de que habla el
Apocalipsis de San Juan y el
Evangelio del Cristo.
Obviamente, quienes logran el ascenso a los mundos superiores, pasan por una temporada de gran felicidad.
Normalmente el Alma, o Conciencia, se encuentra embotellada entre el Yo de la psicología experimental, entre el Ego o pecados que, como ya dije a ustedes, es una suma de diversos elementos inhumanos (perversidad, egoísmo, lujurias, envidias…etc.).
Mas sucede que aquellos que suben a los mundos superiores, abandonan al Ego temporalmente.
En esos casos el Alma, o Conciencia, o Esencia, o como queramos llamarla, sale de ese calabozo horrible que es el Ego, el Yo, para ascender al famoso Devachán de que nos hablaron los indostanes; una región de felicidad inefable, en el mundo de la mente superior del Universo. Allí se goza de una auténtica felicidad. Allí se encuentran los desencarnados con sus familiares que abandonaron en el tiempo. Ahí se encuentran con lo que es, dijéramos, el alma de ellos.
Posteriormente, la Conciencia, o Esencia, o Alma, abandona también el mundo de la mente, para entrar en el mundo de las Causas naturales o Mundo Causal. El Mundo Causal es grandioso, maravilloso. En el Mundo Causal resuenan todas las armonías del Universo; allí se siente en verdad las melodías del Infinito. Sucede que en cada planeta hay múltiples sonidos, pero todos ellos entre sí sumados dan una nota síntesis, que es la nota clave del planeta. El conjunto de notas clave de cada mundo resuena maravillosamente en el coral inmenso del espacio estrellado. Esto produce un goce inefable en la Conciencia de todos aquellos que disfrutan la dicha en el Mundo Causal.
También encontramos en el mundo de las causas naturales a los Señores de La Ley( que aplican la Ley de Causa y Efecto),castigan o premian a los pueblos y a los hombres.
Encontramos, en el mundo de las Causas Naturales, a los verdaderos Hombres, a los Hombres Causales; allí los hallamos, trabajando por la Humanidad (enseñándoles el Camino de la Salvación del Alma).
Encontramos en el Mundo de las Causas Naturales a los Principados, Ángeles, Arcángeles, los príncipes de los elementos, del fuego, del aire, de las aguas y de la tierra.
La vida palpita intensivamente en el mundo de las causas naturales, el Mundo Causal es precioso. Un azul profundo, intenso, como el de una noche llena de estrellas, iluminada por la luna, resplandece siempre en el Mundo de las causas naturales. No quiero decir que no hayan otros colores, sí los hay, pero el color básico fundamental es el azul intenso, profundo, de una noche luminosa, estrellada.
Quienes viven en esa región, son felices en el sentido más trascendental de la palabra.
Pero todo premio a la larga se agota, cualquier recompensa tiene un límite, y llega el instante que el Alma que ha entrado al Mundo Causal debe retornar, regresar, descenderá lamentablemente para meterse nuevamente dentro del Ego, dentro del Yo de la psicología experimental.
Posteriormente esta clase de Almas vienen a impregnar el huevo fecundado, para formar un nuevo cuerpo físico, se reincorporan en un nuevo cuerpo físico, vuelven al mundo.
Otro es el camino que aguarda a los que descienden a los mundos infiernos. Se trata de gentes que ya cumplieron su tiempo, su ciclo de manifestaciones, o que fueron demasiado perversas. Tales gentes involucionan indubitablemente, dentro de las entrañas de la tierra.
El Dante Alighieri nos habla, en su “Divina Comedia”, de los nueve círculos dantescos o infierno; y él ve esos nueve círculos dentro del interior de la tierra.
Nuestros antepasados de Anáhuac, en la gran Tenochtitlán, hablan claramente del Mictlán, la región infernal, que ellos también ubican en el interior mismo de nuestro globo terrestre. A diferencia pues de algunas otras sectas o religiones, para nuestros antepasados
de Anáhuac, como hemos visto en sus códices,
el paso por el Mictlán es obligatorio, y lo consideran sencillamente como un mundo de probación, donde las almas son probadas. Y si logran pasar por los nueve círculos, incuestionablemente, posteriormente ingresarán al Edén, o sea, al paraíso terrenal.
Para los Sufís mahometanos, el Infierno no es tampoco un lugar de castigo, sino de instrucción para la Conciencia, y de purificación…
Para el Cristianismo, en todos los rincones del mundo, el Infierno es un lugar de castigo y penas eternas. Sin embargo, el círculo secreto del cristianismo, la parte oculta de la religión cristiana, es diferente.
En la parte oculta de cualquier movimiento cristiano, en la parte íntima o secreta, se encuentra la Gnosis. El Gnosticismo Universal ve el Infierno no como un lugar de penas eternas y sin fin, sino como un lugar de expiación, de purificación y de ilustración a su vez, para la Conciencia.
Obviamente, tiene que haber dolor en los mundos infiernos, puesto que la vida es terriblemente densa dentro del interior de la tierra, sobre todo en el noveno círculo, donde está este núcleo concreto de una materia terriblemente dura; allí se sufre lo indecible...
En todo caso, quienes ingresan en la involución sumergida del reino mineral, tarde o temprano deben pasar por eso que se llama, en el Evangelio Crístico, la Muerte Segunda.
No hemos pensado jamás, en el Gnosticismo Universal, al estudiar esa cuestión del Infierno Dantesco, en que no tenga un límite el castigo. Consideramos que Dios, siendo eternamente justo, no podría cobrarle a nadie más de lo que debe, pues toda culpa, por grave que sea, tiene un precio y, pagado su precio, nos parecería absurdo seguir pagando.
Aquí mismo, en nuestra justicia terrenal, siendo una justicia perfectamente subjetiva, vemos que si un preso entra en la cárcel, por tal o cual delito, una vez que pagó su delito, se le da la boleta de libertad.
Ni las mismas autoridades terrenales aceptarían que un preso continuara en la cárcel después de haber pagado su delito. Se ha dado casos de presos que se acomodan tanto en la prisión, que llegado el día de su salida, no han querido salir. Entonces ha habido que sacarlos a la fuerza.
Así que toda falta, por muy grave que sea, tiene un precio. Si los jueces terrenales saben esto, cuanto más no lo sabría la Justicia Divinal. Por muy grave que tenga o que sea el delito o los delitos que alguien haya cometido, pues tiene su precio. Si no fuera así, Dios sería entonces un gran tirano, y bien sabemos nosotros que al lado de la Justicia Divina nunca falta la Misericordia.
No podríamos en modo alguno pues cualificar a Dios como tirano, tal proceder sería equivalente a blasfemar, y a nosotros, francamente, no nos gusta la blasfemia.
La Muerte Segunda es pues el límite del castigo, en el infierno dantesco. Que este Infierno se le llame Tartarus en Grecia, o Averno en Roma, o el Avitchi en el Indostán, o el Mictlán, en la antigua Tenochtitlán, importa poco. Cada país, cada religión, cada cultura, ha sabido de la existencia del Infierno, y le ha calificado siempre con algún nombre. Para los antiguos habitantes de la gran Hesperia, como vemos nosotros al leer la divina Eneida de Virgilio, el poeta de Mantua, el Infierno es la morada de Plutón, la región cavernosa donde Eneas el troyano, encontrara a Dido, aquella reina que se mató por amor, enamorada del mismo, después de haber jurado lealtad a las cenizas de Siqueo”.