martes, 1 de noviembre de 2011

EL SALVADOR


La idea de un Salvador atraviesa la historia entera de la humanidad. Esta idea es tan
vieja como el mundo. Por siglos, por cientos de siglos de su historia, la humanidad ha vivido con la idea de la existencia de un Salvador. Los mitos y las leyendas de todos los pueblos antiguos están llenas de imágenes de Salvadores; como por ejemplo, los Héroes de los mitos, los Titanes, los Semi-dioses, los Profetas y los Mesías de todas las religiones, así como los Héroes de los cuentos de hadas y de los Cantos Épicos, los Caballeros que rescatan a las princesas cautivas, o que despiertan a las bellas durmientes, o que vencen a los dragones o luchan contra gigantes ogros en aras de la libertad, todo estos son imágenes de Salvadores. La sabiduría popular de todos los tiempos y de todos los pueblos han entendido siempre que el Hombre, tal como es, no puede liberarse por sí mismo; la sabiduría popular nunca ha considerado al Hombre como la realización cumbre de la creación; sino que el Hombre para llegar a Dios, a su
Padre que está en secreto, necesita de una ayuda extraordinaria y de un Camino luminoso, y ese Camino es el de su propio Salvador. Ese Salvador siempre viene a salvar al Hombre de sí mismo, o sea, de sus pecados o errores psicológicos; del mismo modo que para liberarlo de las fuerzas del mal que lo esclavizan tales como el deseo, la mente siniestra y la mala voluntad que son el origen de la perversidad, la maldad y de todas las pasiones que lo mantienen encadenado abominablemente. Todas las religiones tiene como uno de sus rasgos característicos la espera de un Salvador, la espera de un Profeta, de un Enviado del Reino de los Cielos. Así tenemos que los preincaicos e incas esperaron a su Salvador: Viracocha; los Kogis de la Sierra Nevada de Santa Marta a Sintana; los aztecas a Huehuetéotl; los mayas a Quetzalcóatl; en el Budismo a Buda; en la India milenaria a Krisnha; los chinos a FU-JI; los egipcios a Osiris; los indo-irani a Mitra; los japoneses a Amida; los germanos a Kristos; el Salvador de los griegos fue Zeus; el de los romanos, Júpiter Tonante; el de los tibetanos, Yama Raja; el de los judíos, Jehová; el Salvador de los Gnósticos-Cristianos es Cristo; etc., etc. Todo pueblo, toda tribu, toda raza, etc., etc., tiene un Salvador: Su Salvador. La primitiva forma Gnóstica de Cristo fue Crestos; fue usada en el siglo V antes de J.C., por Esquilo, Herodoto y otros. El primer escritor cristiano, Justino Mártir, en su Primera Apología, denomina Chrestianos a sus correligionarios. Dice Lactancio que “sólo a la ignorancia es debido que los hombres se titulen cristianos en lugar de Chrestianos, pues los términos Cristo y Cristianos, originalmente se escribían Chrest y Chrestianos, que fueron copiados del vocabulario del templo de los paganos”. Jamás ha faltado en religión alguna un Salvador, un Cristo. San Pablo nos dice que hay que “formar el Cristo” en nosotros (Gálata 4: 19); también dice que “por Él fueron creadas todas las cosas” (Colosenses 1: 16). Según el filósofo Heráclito de Efeso (siglo VI a. C), “… este mundo, el mismo para todos, ningún Dios ni hombre lo hizo, sino que fue siempre, es, y será fuego siempre vivo, que se enciende según medidas y se apaga según medidas”. Por lo que podemos deducir que el Fuego de Heráclito es Cristo, confirmado por San Pablo al decir que Él ejecutó toda la creación de todas las cosas tanto visibles como invisibles. Recordemos que los cristianos primitivos nombraban al Cristo como el “Fuego del Fuego”, la “Llama de la Llama”; y todas las religiones antiguas lo representaban bajo la apariencia Ígnea. Ejemplos: La zarza ardiente (Éxodo 3: 2) y el Incendio del Sinaí a raíz de la entrega del Decálogo (Éxodo 19: 18), son dos manifestaciones ígneas del Cristo. En el Apocalipsis 4: 35, Él aparece bajo la figura de un ser de jaspe y sardónica de color de llama sentado en un trono incandescente y fulgurante. “Nuestro Dios es un fuego devorador”, escribe Pablo de Tarso (Hebreos 12: 29). Los persas consideraban al Fuego como la más perfecta imagen del Cristo Íntimo. Los Pritaheos de los griegos eran siempre y en forma constante un fuego perpetuo. La Vesta de los etruscos, de los sabinos y de los romanos, ardía incesantemente. Las diversas culturas autóctonas de América prehispánica rindieron siempre culto al fuego. El Fuego Sagrado resplandeció gloriosamente en el cristianismo; por ello sobre la cruz del Redentor del Mundo está escrita la palabra sagrada INRI: Ignis Natura Renovatur Integran, o sea, El Fuego Renueva Incesantemente la Naturaleza. Así que, INRI es el Fuego; INRI es el Cristo.Los sabios de la antigüedad hablaron de un Fuego, del Foat que existe siempre en toda materia orgánica e inorgánica. San Pablo dice que “debemos formarlo”. ¿Cómo formar ese Fuego dentro de nosotros”. Los primeros Padres de la Iglesia Gnóstica-Cristiana enseñaron que este Fuego está encerrado tanto en los varones como en las mujeres en sus secreciones sexuales. No se trata, naturalmente, de un Fuego meramente físico, tridimensional, sino de un Fuego, dijéramos, de tipo psicológico, estrictamente hablando, que se llega a experimentar durante la cópula sexual. Este Fuego puede desenvolverse y desarrollarse para ascender desde nuestras secreciones sexuales a lo largo del canal medular espinal. Así, pues, el Salvador de todas las religiones es ese
Fuego psicológico, el INRI, el Cristo. Esta Asociación de Centros de Estudios Gnósticos, Antropológicos, Psicológicos y Culturales (Asociación Civil), los invita a comprender lo que es el Cristo; que no nos contentemos con recordar la cuestión únicamente histórica, porque el Cristo, Jeshúa o Salvador es una realidad de instante en instante, de momento en momento, de segundo en segundo. El Fuego, el Cristo es el Gran Creador del Universo. Es por medio del Fuego que nosotros podemos Cristificarnos, Salvarnos. Necesitamos encarnar el Cristo, el Espíritu del Fuego, hacerlo carne en nosotros; en tanto no lo hayamos hecho estaremos muertos para las cosas del Espíritu. Necesitamos que penetre en nosotros para que nos transforme radicalmente; es necesario comprender a fondo lo que es realmente el Cristo Cósmico. Urge saber, en nombre de la verdad,
que Cristo, no es algo escuetamente histórico. Las gentes están acostumbradas a pensar en el Cristo como un personaje histórico que existiera hace 2009 años. Tal concepto resulta equivocado, porque el Cristo no es del tiempo, el Cristo es atemporal; Cristo, en sí mismo, es el Fuego Sagrado, el Fuego Cósmico Universal Ese Fuego Cósmico entra en el hombre que esté debidamente preparado. Cuando el Cristo encarna en un Hombre, éste se transforma radicalmente. Él es el Niño–Dios que debe nacer en cada criatura. Así como Él nació en el universo hace millones de años, para organizar totalmente este sistema solar, así también debe nacer en cada uno de nosotros. Él nace en el "Establo de Belén", es decir, entre los animales del deseo, entre los agregados psíquicos que necesita quebrantar, porque sólo el Fuego puede quebrantar tales agregados; así, el Fuego aparece donde están esos agregados para destruirlos, para volverlos polvareda cósmica y libertar el Alma, la Esencia., la Conciencia. ¿Cómo podrá Él libertar el Alma, si no entrara o penetrara profundamente en el organismo humano?

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